Hay fronteras y fronteras. Están las tranquilas, están las complicadas, están aquellas en las que siempre te falta un papel, están las peligrosas, están las que nunca se sabe si están abiertas o cerradas, están las que hay que esperar porque el agente de migraciones se fue a almorzar … y muchas más. Pero esta historia se centra en una frontera que ni figura en el mapa, que solo los locales conocen y que las garantías de que no pase nada son muy bajas. ¡Allá vamos!
¿Cuál es la frontera en cuestión?
En nuestra odisea por ir de Monrovia, la capital de Liberia, hacia Costa de Marfil nos detuvimos un rato en el medio de la ruta a hacer un reconocimiento del terreno. ¿A qué se debe esto? Al simple hecho que con tan solo mirar el mapa nos dimos cuenta que la carretera que nos llevaba rumbo a Costa de Marfil pasa demasiado cerca de una zona de muy difícil acceso de Guinea, y no pudimos con la intriga de no detenernos en un par de ocasiones a ver si podríamos llegar a cruzar.
El primer inconveniente es que al ya haber ingresado a Guinea previamente con su correspondiente visado de una sola entrada nos dejaba algo en offside, y aunque el simple hecho de querer cruzar sería únicamente anecdótico, nos podríamos meter en problemas al no tener el permiso necesario para hacerlo.
Ya habiendo asumido eso, vamos con nuestro primer intento. Ni bien pasamos el poblado de Ganta, detenemos la marcha al costado de la ruta y nos mandamos rumbo al norte. Según el mapa estamos a 50 metros de la frontera, pero no llegamos a ver demasiado ya que hay una vegetación super túpida que no nos deja ver nada. La primer noticia es bastante mala, en el mapa no figura ningún río ni nada, pero lamentablemente hay uno y es bastante ancho. La selva esconde un gran curso de agua y nuestro plan parece derrumbarse en cuestión de segundos.
Pero no está muerto quien pelea. Un par de kilómetros más adelante vemos una calle que sube rumbo al norte, y la curiosidad vuelve a apoderarse de nosotros. La intensa lluvia de los últimos días complica bastante las cosas, los caminos barrosos se ponen extremadamente difíciles y por un largo momento pensamos que no vale la pena seguir intentándolo. Pero para nuestra sorpresa ese camino nos lleva a un poblado de unas 10-15 casas, y al preguntarles si la frontera con Guinea queda cerca, nos guían entre la selva al sagrado río. Claro está que no entienden demasiado que hacen unos turistas en aquel poblado que no tiene ni siquiera un simple kiosko, pero tratamos de explicarles como podemos que nos gustaría cruzar a Guinea.
Después de un corto camino entre los arboles aparece el tan ansiado río, y hay una soga que lo cruza. Los más intrépidos ya estaban sacándose la ropa e iban a tratar de cruzar el río nadando, algo que para mi estaba completamente fuera de discusión. Hay altas probabilidades de que haya cocodrilos y no me da ni un poco de tranquilidad. ¡No hay manera!
Pero después vemos que al final de la soga hay una balsa, que lamentablemente está del otro lado del río, pero al menos hay un «medio de transporte». De repente, aparecen unos militares del otro lado del río y la cosa se complica demasiado, cruzar de forma ilegal con oficiales en frente nos puede causar serios problemas. Ellos nos hacen señas de que vayamos, pero nunca se sabe si puede ser una trampa o si esperan algún tipo de coima o no. Es momento de tomar una decisión; y asumir el riesgo…
Esperamos más de media hora y vemos como dos locales se empiezan a subir a la balsa y nos la empiezan a acercar. Abordar la misma desde nuestro lado es muy pero muy difícil, serán 10 metros en bajada con una superficie barrosa super resbaladiza y no caerse es una misión imposible. Obviamente que con caída de por medio lo intentamos, y lo logramos.
Somos alrededor de 7 personas a bordo de la balsa cruzando el río y todo parece una absoluta locura. Tiramos de la cuerda para avanzar y la balsa se desliza lentamente hacia la otra costa.
¡Estamos nuevamente en Guinea! Tocamos tierra, todo es incertidumbre y tensión, pero los guardias nos reciben con sonrisas y abrazos del otro lado y entendemos que todo está más que bien.
Nos quedamos unos buenos minutos del otro lado, charlando con los oficiales y sacándonos unas buenas fotos antes de volver y tener una anécdota más que divertida.
Pero no todo termina ahí; el regreso es más complicado de lo que pensábamos, se nos suman unos 4 locales más a la balsa y la misma está sobrecargada. Lentamente empieza a hundirse y se encuentra totalmente bajo el agua. Empezamos a tirar de la cuerda lo más rápido posible para intentar tocar tierra nuevamente antes de vernos obligados a hacerlo nadando. El pánico nos hace tirar de la soga a toda velocidad y logramos nuestro cometido.
¡Estamos nuevamente en Liberia amigos!
¿Alguna vez cruzaron una frontera tan tenebrosa como esta?
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